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Nuestro planeta nos dice de forma alarmante "Ya basta". Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo.

Este 5 de junio celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente 2011, lo cual marca el momento propicio para hacer un alto y reflexionar acerca de la situación mundial y, sobre todo, nacional. Cifras y resultados hablan por sí mismos. Once de los doce años más calurosos, desde que existen registros climáticos fiables, se han producido entre 1995 y 2010.

Un antecedente importante en cuanto a iniciativas medioambientales internacionales es el llamado Protocolo de Kyoto, que es el instrumento que compromete a los países desarrollados a luchar contra el cambio climático causado por las fuertes emisiones de los gases de efecto invernadero (GEI); sin embargo, desde el 2005 que entró en vigor, hasta nuestros días, pareciera evidente que el bienestar del planeta es un tema secundario.



Algunos países consideran que las metas de reducción de emisiones de GEI afectan sus economías y se resisten o intentan retrasar este cumplimiento obligatorio. Han demostrado con ello, que les parece un problema ajeno y lejano. Los esfuerzos realizados para incentivar la sustentabilidad en la economía ambiental no han sido suficientes para completar la transición en la cual se introduzcan las externalidades ambientales negativas, dentro de los procesos económicos.

El ambiente y los ecosistemas son presionados principalmente por dos fenómenos antagónicos, que paradójicamente son opuestos: pobreza y riqueza. Por un lado, las personas más pobres, quienes geográficamente se ubican en las zonas rurales, tienen una fuerte dependencia con los recursos ambientales, muchas veces su sustento depende fuertemente de lo que provee el ambiente, así, la falta de educación, profesionalización y políticas públicas que incentiven actividades que desarrollen una sustentabilidad óptima entre el ambiente y las necesidades de la población agravan la situación.

Por el otro lado, los grandes intereses económicos dependen de ciertas industrias que impactan masivamente en la generación de los GEI, entre otros.

Las calamidades ecológicas demuestran que la actividad humana, específicamente en la era posindustrial, ha provocado cambios en los componentes de nuestro en entorno. Se ha generado un calentamiento 5 veces mayor que el causado por los cambios en la irradiación solar. Las emisiones de bióxido de carbono (CO2) alcanzaron el nivel más alto de la historia en 2010 al superar en 5% el récord anterior de 2008, lo que constituye un "serio revés" para la lucha contra el calentamiento del planeta.

Desde 1860, Europa y Norteamérica han contribuido con el 70% de las emisiones de CO2. Sin embargo, cabe destacar que Europa (excluidos los países de la ex-URSS) ha bajado del 2008 al 2009 casi el 7% de sus emisiones. A nivel mundial prácticamente no hay cambios, ya que se tiene solamente un descenso de 0.1%. Quienes liderean negativamente el ranking de emisiones de CO2 son: China, Estados Unidos, India, Rusia, Japón, Alemania, Canadá, Corea del Sur, Irán e Inglaterra, países altamente industrializados.

En nuestro país, las emisiones de CO2 mostraron un incremento del 27% en el periodo 1990-2006. En 2006, se emitieron 492.86 millones de toneladas, las cuales se generaron principalmente por la quema de combustibles fósiles, uso de suelo, silvicultura y procesos industriales. En 1990, en México, se emitían 388.06 millones de toneladas de dióxido de carbono y para el 2006 el nivel se incrementó a 492.86 millones de toneladas. Las emisiones totales de todos los gases de GEI en el 2006 fueron de 709 millones de toneladas[1].



El bióxido de carbono es el gas más importante en volumen con el 69.5% de las emisiones, seguido por el metano con el 26.15%. El consumo de combustibles fósiles, tanto para la generación de energía como para el transporte, es la principal fuente de emisión de GEI. En 2006, cada habitante del país emitió en promedio 4.7 toneladas de CO2. Si se consideran solo las emisiones de CO2 derivadas del consumo de combustibles fósiles, en México se emitieron 3.56 toneladas.[2]

Los impactos de estos resultados se manifiestan en los cambios inesperados del clima, la disponibilidad de agua, inundaciones, sequías, incendios forestales, especies amenazadas.[3]

Nuestro país ha realizado compromisos importantes, tanto nacionales como internacionales, encaminados a institucionalizar las políticas medioambientales, tal es el caso, de su participación en la llamada propuesta de un Fondo Verde que permitirá premiar las acciones de los países en desarrollo a favor de la reducción de emisiones de gases efecto invernadero, así como en la Década de las Naciones Unidas por la Educación para el Desarrollo Sostenible (2005-2014), como país que promueve la educación como fundamento para realizar acciones a favor de un desarrollo sostenible en políticas y programas nacionales e invertir la pérdida de recursos del medio ambiente.

Pese a estos esfuerzos, la deforestación de bosques y selvas sigue avanzando, llegando en 2007 al 34% de la superficie terrestre nacional.[4] Esta pérdida de vegetación natural provoca que el 45% de los suelos en México muestren signos de degradación, principalmente por erosión hídrica y eólica. Una medida importante ha sido el aumento de Áreas Nacionales Protegidas en nuestro país (ANP); en 1990 se contaba con 101 ANP, y para finales del 2009 ya se tenían 171, equivalentes al 12.2% del territorio nacional.[5]

Otro problema es el referente al uso de combustibles fósiles, las plantas termoeléctricas generan el 86% de la energía del país. Además, el número de viviendas que utilizan el carbón y la leña es alto, lo que genera presiones negativas en el medio ambiente, y aunque esta cifra disminuyó en el periodo 1998-2008, gracias a acciones de políticas públicas, todavía estamos muy por debajo de la meta esperada.

El gran reto es empatar las necesidades económicas y sociales para evitar que el medio ambiente se siga degradando. Para esto es necesario un conocimiento preciso del territorio y ecosistemas. Las políticas públicas deben ir orientadas en equilibrar los beneficios económicos y sociales, con los servicios ambientales. En este contexto resulta imperativo fortalecer las herramientas en la planeación ambiental como el ordenamiento ecológico del territorio.

Otras naciones han dado importantes pasos en esta materia, por lo que el análisis de las intervenciones a favor del medio ambiente en otras latitudes, además del estudio cuidadoso de los problemas específicos de México, son un insumo clave para empezar a generar intervenciones comunes que tengan efectos claros y significativos en el largo plazo.