Hoy es 06 de Octubre de 2024

Don Porfirio había logrado establecer un hábil manejo del reeleccionismo. El pueblo cambiaba paz por derechos. Y eso duro como luz sin aparente parpadeo durante treinta años.

Pero la burocracia crecía y ya no todos los Porfirianos privilegiados podían disfrutar de las menciones económicas que la presencia de Don Porfirio les había santificado en los años anteriores. Don Francisco Ignacio Madero era un idealista, si, pero un idealista que se había quedado fuera del altar de las gracias.

Los científicos las acaparaban todas. En 1910, solo había un candidato para el triunfo, uno solo. Entonces naturalmente el candidato único era Don Porfirio Díaz. En 1910 no parecía haber sombra alguna. El pueblo iría voluntaria, democrática, alegre y jubilosamente a las urnas, a votar por Don Porfirio ¿por quien otro habría de votar?, era apenas la sexta vez que se reelegía el héroe del dos de abril.

Un norteño de nombre Francisco I. Madero había escrito un libro temerariamente llamado La Sucesión Presidencial en 1910. Era un libro dedicado “a los héroes de nuestra patria; a los periodistas independientes; a los buenos mexicanos”.

Madero decía que lo esencial es “saber realmente si estamos aptos para la democracia”. Y el, Madero, llega a la conclusión de que si, de que si estamos aptos a pesar de los temores. Decía con sentimiento “es pueril temer en nombre de la libertad, la luz de la discusión.

Mientras las armas del pensamiento sean usadas libremente por todos los mexicanos, no debemos temerlas. Que unos profesen una fe, otros otra; que unos creen en la eficacia de unos principios y otros juzguen perniciosos; poco importa; por el contrario: que vengan las luchas de la idea, que siempre serán luchas redentoras, pues el choque de estas siempre ha brotado la luz, y la libertad la teme, la desea”.

No era la obra de Madero para convulsionar al país. Madero la envío al presidente Díaz, y Díaz no le dio importancia. No era una obra literaria ni una obra para estrujar los ánimos y llevar a la revolución. Era una obra, si, para pensar, hasta para redimirse un poco de ella. Si en la capital conmovió a los porfirianos, en los estados despertó un profundo interés. En ella estaba el proyecto de un partido político, la empresa de una convención política popular y la representación de candidatos a la presidencia de la republica y a la vicepresidencia. De allí nació el partido antirreleccionista.

De la periferia al centro llego el entusiasmo. Pero no era cosa para alarmarse. Don Porfirio tenía treinta años de práctica en designaciones y auto designaciones. Tenía en sus manos la maquinaria política y el proceso electoral.

Se sacrificaba la constitución, se sacrificaban los cambios sociales, si, eso lo sabia Don Porfirio; pero todo era a cambio de paz, prosperidad, orden, progreso y respeto. ¿Que podía hacer un Maderito, un provinciano sin experiencia política? Nada, absolutamente nada.. Don Porfirio intentaba siempre, como los buenos padres, “ser prudente, tolerante y consecuente”. Si en ocasiones hubo que emplear la fuerza.

Sin rivales, apenas con ochenta años, listas las fiestas de la independencia, reconocido en el extranjero como el Licurgo Mexicano, presidiendo un país con una situación excelente, con un gran crédito en el exterior, ¿Qué hacer, sino reelegirse? El teatro electoral del General Díaz, todo lo tenia previsto. También entonces había “cargada”, también entonces había organizaciones que lo proponían y obreros, artesanos, oficinistas y hasta personas distinguidas de la sociedad, tanto mexicanas como extranjeras, que corrían a darle su apoyo. Y después, ¿Qué gobernador no iba a enajenarse de felicidad si todos estaban allí puestos por el presidente?.

Los gobernadores sabían que cuanto eran y cuanto tenían lo debían a la generosidad y la bondad del Presidente. A los que se portaban mal, que también había uno que otro, Don Porfirio los sabia castigar. No era el General Díaz hombre de berrinches o caprichos, pero cuando alguno de sus subordinados se indisciplinaba, con firmeza los volvía al redil o lo eliminaba del juego.

La escenografia electoral estaba lista. Sin embargo, Don Porfirio, aunque ya estaba aniquilando el reyismo, o así lo pensaba el, no quería rivales en el horizonte.

Era hombre previsor. Se le escapaba el peligro del sistema anticonstitucional de la designación personal. Por ello, y solo por ello, para darse un respiro, para dar una idea de reforma política, en su caso de autentica democracia, había hechos en 1908 las famosas declaraciones al periodista James Creelman; “He esperado con paciencia el día en que la Republica este preparada para escoger y cambiar sus gobernantes sin peligro de guerras ni daños al crédito y programas nacionales; y creo que ha llegado ese día¦ si la republica llegara a constituirse un partido de oposición¦ lo vería como el comienzo de una era democrática¦ la nación esta preparada para entrar definitivamente en la vida democrática. Claro que Don Porfirio pensaba en un partido de oposición dócil, como el PARM, para seguir siendo el rey.

Don Porfirio, su majestad augusta, dueño absoluto de los hilos de poder, nada tenia que temer según su punto de vista, de un Norteño, Mason, Espiritista, Empresario, Homeópata, Gentil, Educado y Noble, por lo cual le dio una audiencia para escucharlo. Díaz le explico a Madero que la política no era cosa de juego o de improvisación, que se dejara de tonterías y que regresara a trabajar a su hacienda. Don Porfirio lo apapacho, bromeo con el y lo despidió. La visita de Madero hubo de servir de chiste a los cortesanos del Presidente Monarca. ¿Era acaso que Panchito se iba a convertir en otro payaso como Zuñiga y Miranda, el eterno opositor de Porfirio en las elecciones?

Porfirio siempre subestimó a Madero y nunca se le ocurrió capaz que este contara con el fuego del entusiasmo, el amor por México, la conmovedora capacidad de creer siempre en la buena fe, en la lealtad, en el optimismo y, sobre todo, que tenia el entusiasmo para despertar en el adormecido pueblo de México la pasión por la idea de libertad y, además la aptitud para revivir el incendio interior para reclamar la soberanía popular.

Pero la reunión de Don Porfirio y Madero no había sido tan sencilla. Madero había ido a expresarle que “el pueblo esta resuelto a hacer respetar su soberanía y que será peligroso cualquier atentado contra el”. Roque Estrada habría de comentar que en el trascurso de la platica, el dictador había deslizado una frase con intención despectiva o autoritaria y que Madero con suavidad, con cortesía, pero con firmeza le había indicado “que tuviera en cuenta el ciudadano Presidente de la Republica que estaba tratando con un Jefe de un Partido contendiente”. Y estrada añade; “ningún arreglo fue posible; y el claudicante dictador y el embrionario candidato quedaron en verse en los comicios, ¡Los comicios!

El mismo tiempo la entrevista de Don Porfirio con Taft no había sido exitosa. Las relaciones con Estados unidos no andaban bien, no estaban ya contentos con el régimen de Porfirio Díaz. Las fracciones se habían acentuado. Díaz, además, había dado la concesión del ferrocarril del Istmo de Tehuantepec a una compañía Inglesa y no a una de Estados Unidos. Y, cosa que irrito a los gringos por interpretarla como afrenta nacional, el Presidente de México había empezado a fortificar el istmo.

Mientras tanto, en Saltillo, al fin de su campaña Presidencial, Madero, aunque Díaz le había solicitado que hiciera una campaña moderada, describió con vividas palabras la agonía de un régimen de continuismo, de corrupción, de nepotismo y de injusticia. Madero se estaba extralimitando. La paciencia del Oaxaqueño se agotaba. Cada vez eran mas los que se adherían a Madero. Y entraron los macanazos para acabar con los mítines. Eso enardeció a Don Francisco. Acucio que haría su principal discurso en Monterrey y que allí denunciaría y desenmascararía de principio a fin el régimen de Díaz. En parte, Madero cumplió su palabra. Frente a la casa de su padre, en Monterrey, arengo una multitud que, vehemente y entre gritos de entusiasmo lo aplaudía. Pero la reunión fue resuelta a caballazos por la policía montada. La noche del siete de julio del 1910, por órdenes de Porfirio, Madero fue aprendido al tomar el tren de Monterrey a Ciudad Victoria, se le acusaba de haber pronunciado discursos subversivos y de perturbar la Paz de la Republica.

En la cárcel Madero, convertido en mártir, en el defensor de la democracia, del sufragio y de la soberanía popular, se entrego con ardor a llamar a la gente a derrocar al Gobierno por la Armas. Francisco estuvo en Nuevo León hasta el diecinueve de Julio de 1910, de allí fue trasladado a la penitenciaria de San Luis Potosí. En ella estuvo hasta que pasaron las elecciones, así se vieron don Porfirio y Madero en los comicios.

Las elecciones se llevaron acabo, Don Porfirio, hubo de salir victorioso. Pero las cosas ya no eran como habían sido. Allí estaba el triunfo, el mismo triunfo de siempre, pero era un triunfo hueco, con sabor a descarada farsa con notas de marcha fúnebre. Don Porfirio estaba ciego y sordo de la realidad. Ese camino, el de la burla electoral, el de escamotearle al pueblo su derecho a elegir, era el único posible. Además el, el augusto, el glorioso protector del pueblo, había obrado según su deber. Pero por primera vez, escucho voces que gritan: ¡Muera Díaz! ¡Muera el dictador! No podía ser cierto. El pueblo no podía ser tan ingrato así. Lo que necesitaban era pan y circo. Y eso lo proporcionarían las fiestas del Centenario de la Independencia: música, banderas, desfiles. Eso lo arreglaría. Pero no fue así.

El seis de octubre de 1910 se fuga Madero de San Luis Potosí y se va rumbo a Nuevo Laredo. De allí cruza la frontera y se dirige a San Antonio. Pocos días después dio a conocer el famoso Plan de San Luis Potosí. El Plan de San Luis no era un documento político, sino una vacilante declaración de guerra a Don Porfirio. Se acusaba al dictador de haber burlado la voluntad popular. Proponían que los mexicanos se levantaran en armas el siguiente veinte de noviembre a las seis de la tarde. Por primera vez en todo la historia un conspirador anuncia día, fecha y hora del inicio de sus acciones. El Plan de San Luis formulado por Juan Sánchez Azcona, Enrique Bordes Mangel, Roque Estrada y Federico González Garza. En el que se declaraba a Francisco Madero Presidente Provisional de México.

Anunciado la rebelión, los primeros en morir por la causa de la revolución fueron los hermanos Aquiles Serdan y Maximo Serdan. Fueron asesinados en Puebla. El General Díaz había hecho saber que no estaba dispuesto a transigir ni a entrar en platicas con conspiradores, que cuanto fuera revuelta seria tratado a cañonazos. Pero el veinte de noviembre no paso nada.

El país se quedo tranquilo. Solo en chihuahua un hombre de veintiocho años de edad, un ex abarrotero, pascual Orozco, un día después de la muerte de los Serdan decidió lanzarse a la revolución. Orozco encabezo a un grupo de descontentos. Entre los hombre de Orozco se encontraba Francisco Villa.