Hace exactamente un año, sentado en una de las mesas que están casi al fondo del bar del Hotel Marriott, en la ciudad de Salem, en Carolina del Norte, el cantante Lupillo Rivera le pide dos cosas al mesero que lo está atendiendo: "Mira, compadre, tráete otra botella de Buchanan’s y, por favor, súbele el volumen a la televisión porque la pelea está buenísima y casi no se escucha nada". El famoso intérprete está acompañado por dos empresarios mexicanos, viejos amigos suyos, que administran en Salem un salón de baile llamado Disco Rodeo, en donde Lupillo habrá de presentarse al día siguiente, alternando con Pepe Tovar y Los Chacales.
Entre risas y tragos, los tres amigos celebran que ya se vendieron más de 4 mil boletos en preventa para el baile en Disco Rodeo. Y, al igual que la mayoría de las personas que están en el bar del Hotel Marriott en ese momento, ellos no pierden detalle a lo que sucede en las enormes pantallas de televisión: los púgiles Juan Manuel Dinamita Márquez y Manny Pacman Pacquiao se enfrentan por cuarta ocasión en una batalla sin dar ni pedir cuartel. "De no ser por el compromiso que ya tenía aquí, con ustedes —les dice el cantante a los empresarios—, ahorita estaría en Las Vegas viendo en ring side la madriza tan sabrosa que se están poniendo estos dos. No tienen idea lo que disfruto viendo el box".
Oye Lupillo, ¿a poco es tu amigo el Juan Manuel Márquez? —le pregunta uno de los empresarios.
—No, pues no. La verdad, no tengo el gusto de conocerlo en persona, pero siempre me ha gustado como pelea este chavo. Le tengo mucha fe al cabrón…
El intérprete no termina de hablar, cuando, faltando un par de segundos para terminar el sexto round, Dinamita Márquez conecta un impresionante derechazo al rostro del filipino y lo deposita en la lona. Fue un golpe brutal que celebran todos los mexicanos dentro y fuera del país. Lupillo no cabe de alegría. Grita, brinca y abraza a sus amigos. También abraza al mesero que le acaba de llevar su botella de Buchanan’s. Todo indica que la noche será larga y la celebración en grande.
Horas más tarde, a eso de las 6 de la mañana, hora de Carolina del Norte, Lupillo Rivera regresa a su habitación en el hotel. Antes de cambiarse la ropa para dormir, ve que en su teléfono celular tiene un par de llamadas perdidas. Es el número de su mujer, quien en esta ocasión no pudo acompañarlo en su viaje de trabajo, y se quedó en su casa, muy cerca de Los Ángeles . Sin pensarlo dos veces, le marca de regreso. No importa que en Los Ángeles sean apenas las 3 de la mañana de ese domingo 9 de diciembre de 2012.
—¿Bueno…? ¿Eres tú, mi vida…? —contesta la mujer de Lupillo.
—Si mi amor, soy yo. No quería despertarte, pero como vi que las llamadas perdidas no tenían mucho tiempo, decidí llamarte para reportarme y darte las buenas noches… Oye, ¿viste la pelea del Márquez…? ¿Viste el santo carajazo que le acomodó al Pacquiao…?
El breve silencio de su mujer le indica a Lupillo que algo anda mal. Su risa se apaga en automático. La incipiente borrachera se le corta de tajo. Una alarma dentro de su cabeza se enciende y su tono de voz cambia…
—¿Están bien todos en casa? ¿No les ha pasado nada? ¿La niña está enferma? Dime, qué pasa por allá, por qué me estabas buscando…
—Es tu hermana…
—¿Mi hermana…?
—Si… Tu hermana Jenni… No encuentran su avión.
—No entiendo, ¿de qué hablas?
—Te están buscando, pero no tienen tu número. Me dijeron que anoche, cuando la Jenni terminó de dar un concierto en Monterrey, tomó un avión rentado para regresarse al aeropuerto de Toluca, pero nunca llegó y nadie sabe en dónde pueda estar.
—No te preocupes, ha de ser un malentendido. No tardará en aparecer. Regrésate a la cama, yo ahorita le llamo a mis carnales y te mantengo al tanto de lo que pase. Vas a ver que todo va a salir bien.
En cuanto colgó, Lupillo cayó devastado en la cama de aquella habitación de hotel de Carolina del Norte. Sabía que los aviones no desaparecen así nada más y que algo muy grave le había sucedido a Jenni. Todo era cuestión de tiempo para que se lo confirmaran.
Minutos después de haber hablado con su mujer, Lupillo Rivera recibió una llamada en su celular. Era un experto en el manejo de situaciones de crisis, quien lo puso al tanto de lo que se sabía hasta ese momento. El cantante quería tomar el primer vuelo que encontrara a Monterrey o a la Ciudad de México o a Los Ángeles o a donde fuera, pero le dijeron que no lo hiciera, que lo mejor era que permaneciera en el lugar en el que se encontraba hasta que se confirmara si su hermana Jenni Rivera aparecía o no. Le recomendaron mantener apagada la televisión, evitar conectarse a Internet, utilizar lo menos posible el teléfono y, por ningún motivo, hablar con alguien de la prensa. Era importante que transmitiera este mismo mensaje al resto de su familia. Y así lo hizo. De hecho, les pidió a todos sus hermanos y sobrinos, así como a su esposa, que se concentraran en la casa de su mamá y se aislaran del mundo.
Entrada la tarde, volvieron a comunicarse con Lupillo. Le confirmaron que el avión en el que viajaba su hermana había caído y que ya habían encontrado los restos de la nave en un cerro ubicado en el municipio de Iturbide, Nuevo León. Le dijeron entonces que se fuera con el resto de su familia a Los Ángeles, pero apenas llegó, volvieron a llamarlo para decirle que era importante que viajara con dos de sus hermanos a Monterrey, pues había que identificar los restos mortales de la llamada Gran Señora o La Diva de la Banda.
Llegado el momento, el cantante se negó a entrar a la morgue para identificar a su hermana, y le pidió a sus hermanos Pedro y Juan que lo hicieran, pues él no lo soportaría y no quería desmoronarse frente a todo el circo mediático que se había desatado. Estaba tan mal que en los siguientes seis días no logró conciliar el sueño.