Hasta ahora las comparecencias mañaneras garantizan que el presidente esté presente en los medios y se hable de él. No hay duda de que su estrategia de comunicación le permite ser parte, de lunes a viernes, de la opinión publicada.
Ahora no hay evidencia sólida de que sus comparecencias le estén permitiendo generar opinión pública. Después de cinco meses de estar todos los días en los medios, ciertos elementos indican que no lo está logrando.
Estar presentes todos los días en los medios puede ser algo positivo, pero también negativo. En estos meses todos los días lo dicho por presidente abre frentes, para la crítica del círculo rojo, pero también de grupos que se arrepienten de haber votado por él.
A una mitad del electorado las comparecencias del presidente ofrecen un material muy rico: para la crítica que se hace presente en las redes sociales. Si el presidente no tuviese esa actividad tendrían menos elementos, para ser cuestionado.
En la medida que pasan los días se hace evidente que el presidente ofrece cada vez menos información de interés, para los medios nacionales e internacionales. A esto se añade que los grupos afines al presidente ven cada vez menos sus comparecencias mañaneras.
Los medios saben que el presidente, cada mañana, dice por lo menos siete mentiras, aunque nos las denuncien, y que en las últimas cinco semanas, cada día, ha hecho 34 afirmaciones que no es posible constatar si son verdad o mentira. Las comparecencias no son fuente creíble de información. El propio presidente ha desacreditado ese espacio.
Los simpatizantes del presidente están ganados a su causa sin las comparecencias. Se alimentan de otras fuentes: el rechazo a los gobiernos anteriores, el sentirse partícipes de un proyecto, la esperanza de que ahora todo va a ser mejor y la idea de que por fin un gobierno les hará justicia.
La comparecencia, que genera opinión publicada, pero no necesariamente opinión pública, parece responder más a una necesidad del presidente. Él quiere oírse hablando de su misión y de lo extraordinario y distinto que es frente a cualquier otro político. Le gusta escucharse.
Para el presidente la comparecencia también es el espacio, semejante al púlpito del sacerdote o el pastor, desde donde predica, en una posición de ventaja, él tiene el micrófono, en contra del pecado, pero sobre todo de los pecadores que considera son los enemigos de su misión.
En cuanto pasan los meses, pienso que las comparecencias mañaneras tienen una rentabilidad política y comunicacional decreciente para el presidente, incluso le hacen daño, pero son indispensables para él y su psicología. Necesita oírse así mismo.
Requiere de un púlpito y una audiencia, no importa su número, para fustigar, en su afán de pasar a la historia como el mejor presidente que haya tenido México, al pecado, del cuál él es inmune, y a los pecadores. Él siempre los sabe reconocer.
Twitter: @RubenAguilar