El presidente plantea que no encabeza un proyecto de gobierno, sino de poder. Asume que dirige una transformación (4T), que implica un cambio de régimen político. Esto en el marco de una concepción estatista-populista y por lo mismo antidemocrática.
Su proyecto político implica: La regresión al presidencialismo imperial que concentra los tres poderes en una sola persona; la restauración del Partido de Estado (Morena) y la restauración de la República Central de facto que violenta el Pacto Federal.
No se asume como el mandatario de todas las y los mexicanos sino de una parte de los mismos. En su versión la sociedad se divide entre buenos (70 %) y malos (30 %). Siempre polariza y divide.
Desconfía de las instituciones y en las personas que no controla. No hay excepciones. Cuestiono, desde su particular mirada, la vigencia del Estado de Derecho y las leyes. En diversas ocasiones ha expresado que no se debe respetar la ley. Él, por lo que considera un bien mayor puede violar la ley.
No admite ningún tipo de acotamiento y contrapeso al poder presidencial. Así, no tienen lugar los órganos autónomos del Estado y se ha propuesto destruirlos. Tampoco tienen lugar las organizaciones de la sociedad civil. No admite tampoco la vigilancia y la evaluación de su gestión por órganos autónomos.
El presidente ha involucrado al Ejército en el mundo de los negocios. Es una decisión con implicaciones muy peligrosas. Hay un uso discrecional de las instituciones del Estado, para golpear a sus enemigos (FGR, SAT, UIF …) Existe un ataque sistemático a la prensa que violenta la libertad de expresión. Los medios que no lo aplauden son sus enemigos.
Se han ido o se les ha corrido a miles de cuadros capaces. Es la administración más centralizada de la historia moderna del país. La política exterior no le interesa, tampoco la entiende, esa tarea se la delegó al canciller Ebrard. Tiene un enorme miedo a Trump y está dispuesto a concederle todo como ya se ha visto.
Al interior de Morena, también del gobierno, hay dos grupos: Los del nacionalismo revolucionario del viejo PRI, que incluye al presidente, que son los más, y los simpatizantes de Cuba y Venezuela, los menos. El presidente cuando las cosas se complican o no salen como él quiere en lugar de rectificar se radicaliza y va hacia adelante haciendo todavía más grave el problema. Se afilia, entonces, al segundo grupo.
La concepción política del presidente y el proyecto político que se deriva de la misma implican una regresión a los viejos tiempos del autoritarismo priista en versión radicalizada. Es un retroceso de las conquistas democráticas que la sociedad ha logrado en los últimos cuarenta años. Solo el electorado puede impedir que siga el desmantelamiento del Estado de Derecho.