Hoy es 28 de Noviembre de 2024

La habitación del hotel tiene en la esquina del fondo, a la derecha, una escalera de siete peldaños que no va a ningún sitio. Al principio me hace gracia. Más tarde, observándola desde la cama, donde me he dejado caer tras deshacer la maleta, me provoca cierta incomodidad. Me incorporo, voy hacia ella y la subo hasta arriba, donde adquiere la forma de un descansillo. Paso la mano suavemente por la superficie de la pared, en busca de alguna irregularidad que delate la existencia de una vieja puerta tapiada, sin resultado alguno. Al observar la habitación desde esa altura, advierto en la estancia una desproporción que quizá la escalera trata de aliviar. En efecto, de no existir, se apreciaría entre la cama y este rincón un vacío perturbador, difícil de disimular. La luz del techo, de otra parte, habría quedado descentrada. Deduzco que la habitación le salió irregular al arquitecto y que la escalera cumple la función equilibradora de una prótesis. Punto final.


Pero de punto final, nada. Cada vez que paso cerca de ella no puedo evitar subirla, confiando en que esta vez me conducirá a otra dimensión. Enseguida desciendo derrotado e intento concentrarme en el repaso de la conferencia que he venido a dar a esta ciudad. El problema es que la mesa sobre la que trabajo está colocada de tal forma que me obliga a sentarme dando la espalda a la escalera. Al poco de comenzar a releer el texto, escucho los pasos de alguien que baja. Me vuelvo y no hay nadie, claro, pura sugestión.

Salgo, doy la conferencia y regreso al hotel. Me cepillo los dientes y me meto en la cama. Durante el resto de la noche, entre dormido y despierto, veo subir y bajar por la escalera falsa a todos los fantasmas de mi vida. A todos mis muertos.